Se me ha muerto el Papa.

Se nos ha muerto el Papa.

No voy a recordar lo que ha supuesto la magna labor de este hombre para la gente; es algo evidente y cualquiera puede reconocer la importancia vital que ha tenido en los grandes acontecimientos siendo el inductor -instrumento de Dios- de cambios radicales en el mundo.

Se me ha muerto el Papa.

Y me siento como un perrillo abandonado al borde de la cuneta. Y a la vez con la enorme alegría por saber que Juan Pablo ya ha llegado al final de su camino. Huérfano por la perdida. Esperanzado por la creencia de que hay respuestas más allá de mi entendimiento. Convencido que el Santo Padre se encuentra entre los hijos predilectos de Dios.

Cuando algo superaba mi capacidad para analizar y comprender razones, controversias, argumentos, miraba hacia arriba. Y Dios señalaba siempre al hombre que con su cruz diaria y ejemplo actual empequeñecía mis dificultades. Aquel que dió testimonio de Cristo hasta apurar la última gota de su existencia en la tierra: Juan Pablo II, el Grande.

Que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales en la elección del nuevo Papa.

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