Megacoche.



Ayer pude conducir el nuevo y flamante coche de un amigo mío; es ése tipo de todoterreno actual cuyas características técnicas, extras variados, pijaditas indescifrables e indicadores a tutiplén, harían palidecer a la Enciclopedia Británica. Todo tecnología e informática. Todo calidad, fuerza y par motor. Das a un botón, y la suspensión sube como arte de magia. Pones marcha atrás, y ves en el supersalpicaderomeganavegador la imagen del aparcamiento trasero.

Le recuerdo a mi amigo en un momento de confortable éxtasis (asientos calefactados y climatización por zonas) que nuestros abuelos subían en burra al monte. Él me contesta que peor para ellos. Le hago saber los malos hábitos de la sociedad de consumo mientras pruebo embelesado el control de crucero, y él sugiere amablemente que me meta en mis asuntos. Le digo que para mí es más que suficiente mi coche (multiasientos modelo San Josémaría) y la carcajada resuena por encima de los subwoofers en su habitáculo hiperinsonorizado.

Entrañable paseo de dos buenos amigos. Estoy por atropellarle en cuanto baje para enseñarme lo cómodo que es abatir la tercera fila de asientos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Yo en ese caso me quedaría con lo entrañable del paseo con mi amigo. El resto... ¿es tan importante?
Antecedente ha dicho que…
Desde luego, Schwan.

Es más, teniendo al amigo, también tengo el coche... :); hay cosas cuyo valor es incalculable, más allá de cualquier precio.
Elentir ha dicho que…
Los mejores coches son los pequeñajos, como el mío. No te subes a él: te lo pones. :-)

Entradas populares de este blog

Días felices.

Tony Blair, el enemigo en casa.