A campo abierto.


Ayer domingo, se me torcieron los planes de la mañana. Yo quería haber asistido con toda mi familia a la gran fiesta que Hazteoir.org y Derecho a vivir.org prepararon en el corazón de Madrid, reivindicando el derecho a vivir de los no-nacidos, pero inoportunos catarros de dos de mis críos lo echaron al traste. Muchos como nosotros quisieron estar allí, apoyando sin reservas la Vida, pero por diversos motivos, les fue imposible.

Sin embargo, asistimos en los telediarios cómo una marea roja inundaba las calles. Cómo cientos de miles de personas ponían voz al grito silencioso de los que un día, no pudieron nacer. Y la algarabía de las familias ahuyentaba la hipocresía de los sectarismos ideológicos, ocupados en contrarrestar en Consejo de Ministros las primeras portadas del día siguiente.

¡Qué alegría ver a niños, jovenes y mayores haciéndose oír! ¡Qué tremenda necesidad luchar por los más inocentes y hacerlo una forma de vida hasta que la lacra de este genocidio contemporáneo termine! Si cada uno de los asistentes pudiera convencer a su entorno más inmediato de la responsabilidad que todos tenemos con nuestros propios hijos, sangre de nuestra sangre, el aborto tendría los días contados en nuestra sociedad.

Gracias de todo corazón a quienes han hecho posible esta iniciativa, fruto del trabajo diario y de horas robadas con toda probabilidad a sus seres queridos, sin más recompensa que saber que están luchando por el derecho más fundamental del hombre, como es la vida. Como persona, creo que su labor es impagable, porque su tarea trasciende al simple beneficio económico. Como católico, pienso que Dios los ha elegido como apóstoles de la vida, para que sean verdaderos organizadores y piedras de escándalo frente a una sociedad dormida y ausente, como la española en estos tiempos que nos han tocado vivir.

Muchas gracias, Nacho, Gádor, Elentir y todas las personas que están en la vanguardia del Movimiento por la Vida, por demostrarnos que no sólo se puede sobrevivir en la trinchera, sino que hay que plantear batalla a campo abierto, porque todos nos jugamos la Vida de los más inocentes.

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