Perder la inocencia.

Hoy he tenido una larga conversación con amigos que no veía desde hace mucho tiempo. Sus vidas han cambiado profundamente en estos años. Supongo que la mía también. Las pequeñas decisiones diarias, imperceptibles, irrelevantes, devienen con el tiempo en modos de vida que marcan cada camino de forma indeleble. Y sólo cabe echar la mirada atrás y sentir, pegada la nostalgia a los huesos, que hemos perdido la inocencia.

Más que arrepentirse de acciones pasadas, aprender de los errores. Llamar de nuevo a la puerta de mansiones que mantuvimos clausuradas. Mirar de reojo la culpa. Salir fuera, y en la distancia otear con prismáticos limpios los prejuicios que empozan el alma.

¿Quién podrá devolvernos la inocencia que un día perdimos? ¿Quién será capaz de llenar el pozo que acompaña cada nueva decisión? ¿Quién, en el cruce de caminos de mi libertad, hará de la intersección una sola línea recta?

Perder la inocencia no nos hace hombres. Somos hombres mientras intentamos recuperarla.

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