Ángeles de pueblo.


Aquí estoy, en un pueblo pequeño del Norte de España, disfrutando del fin de semana. En invierno, residen unos 75 habitantes, una multitud comparada con las aldehuelas de las proximidades. Rodeado de bosques de hayas, pinos y robles, la caza fotográfica se ha convertido en una afición donde sólo importa el remanso del río, las bañas de jabalí, o la trocha apenas perceptible de las antigüas caballerías. Abandonados los caminos por el paso del tiempo, corzos y ciervos los utilizan cuando llega el amanecer y al ponerse el sol, de ruta hacia sus encames.



El pueblo tiene una iglesia del siglo XVI consagrada a San Miguel, con su torre del campanario (suenan las campanas a la hora y a las medias), su órgano de viento y la fabulosa imagen del Arcángel pisando la cabeza del Demonio.Diríase que San Miguel ni se despeina para controlar con su lanza al Maligno, mientras mira de frente a la feligresía, como diciendo: ¿véis?.. no es tan difícil con la Gracia de Dios.

Me encuentro a esta hora de la siesta debajo de los soportales de piedra, tecleando en el portátil esta crónica, gracias a un servicio gratuito de wifi que ha puesto el Ayuntamiento. Tecnología punta conviviendo tranquilamente con quinientos años de historia.

Ayer noche mi padre (maravilloso abuelo) contó una anécdota sobre ángeles. Siempre advierte que las vivencias son intransferibles, por lo que suele contarlas con la debida cautela y en círculo reducido, pues sólo sirven como experiencia personal. En fin, al grano. Rezaba en el Cerro de los Ángeles (Madrid) en una época de su vida complicada por avatares familiares que no vienen al caso. La cuestión es que al salir a la plaza, oyó un estruendo como jamás había escuchado. Cuando transmitió lo que le pasaba a mi madre, ésta no supo qué quería decir. Se acercó a un barrendero preguntándole de donde provenían esos golpes, gritos y entrechocar de cosas metálicas, y el hombre le miró como a un loco.

Al parecer, lo que estaba ocurriendo es que se le había dado la gracia de escuchar la lucha entre ángeles y demonios, precisamente allí, en el Cerro de los Ángeles.

Uno de mis nombres con los que fui bautizado es Miguel, y estoy realmente complacido de estar al abrigo de la Iglesia, en sus soportales de piedra, mientras el pueblo va poco a poco despertándose de la siesta.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
he intentado hacer un comentario pero no ha funcionado. Bueno, un saludo.

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