Las tres Españas. (2º parte)

La comunidad está revuelta. Parece que una exposición prolongada a nuestras teorías da lugar a insolaciones teóricas que devienen inevitablemente en acciones prácticas no deseables: hemos creado la bestia. Habita los sótanos de la casa, pues aunque no compartimos sus correrías y andanzas fuera de estos muros, siempre tendrá un techo donde cobijarse en los días fríos y un plato de alimento cuando tenga necesidad. No podemos olvidar que es parte de nuestra sangre. No supimos al principio cómo controlar a la bestia. Algunos pretendieron recluirla en la oscuridad, hasta que su fuerza se diluyese, otros abogaban por domesticarla. Los que mandamos, convinimos en apartado cónclave que podía ser un instrumento muy útil para conservar el muro intacto, y desarrollar nuestras ambiciones secesionistas con respecto a los terrenos vecinos. Con el paso del tiempo la hemos cogido cariño, convirtiéndose en la mascota insustituible cuyo dueño ama y perdona, el entorno familiar entiende, y el vecino soporta y odia hasta que no puede aguantar más..

Me ha salido un competidor nato en esto de intentar quedarme con las casas ajenas. Al principio observé con cierto escepticismo cómo intentaba arrasar mi casa. Luego, intenté combatirle con sus mismas armas, partiendo en su busca con algunos perros de confianza, pero no supe llegar hasta su cubil. Mi estrategia de confrontación con la bestia cambió desde entonces, echando mano a tres herramientas fundamentales de mi decálogo revolucionario: el pragmatismo, la equidistancia, y la demagogia. La integridad de mi casa no es algo que me preocupe en demasía, pues lo que legítimamente he obtenido, legítimamente lo puedo disponer, negociar, dividir o perder, es cuestión de convertir la amenaza en oportunidad. La practicidad de esta medida es evidente, por mucho que algunos vecinos crean en la indisolubilidad y unidad de sus casas. No me afecta. Considero una fórmula viable pactar en términos de igualdad con mis vecinos, ya que son extremos opuestos en los que yo no puedo dejar de mantener una cierta distancia, no vaya a ser que me confundan como objetivo prioritario. La bestia no debe confundirse, entonces. Me sorprende, de hecho, que se le escape algún mordisco, pero son las desventajas de tener una casa tan abierta, plural, y democrática. La demagogia es consustancial a mi vida progresista. No podría mantener la coherencia de mi postura si no estuviera envuelta de ropajes apropiados para cada ocasión. Y ésta, es una de las mejores.

Al principio creí que era una bestia salvaje, nacida en lo más profundo de la amargura y el odio, pues su única intención es destruir. Arremetía contra el jardín y la casa, arrastrando los parterres recién plantados, quemando las cosechas, destrozando los corrales y devorando el ganado. Me planteé seriamente subir al desván y desempolvar la vieja escopeta del abuelo, pero comprendí a tiempo que eso sólo me iba a traer más alimañas en una espiral sin sentido. Podía salirme el tiro por la culata. Las reglas que rigen en mi casa deben ser suficientes para acabar con la amenaza. Aun así, siempre es bueno saber que se cuenta con una última opción para todo. Opté por seguirla despacio, observando sus querencias, las bañas donde bebe, la madriguera donde descansa. He descubierto de dónde procede y cuáles son sus intenciones. Y me doy cuenta que mis iniciativas para cortar las vías de escape de la bestia chocan frontalmente con los muros de mi vecino del Norte. Es allí donde llamo insistentemente para que tomen medidas, pero me exigen que dialogue con el monstruo. Les he recordado que tengo derecho a entrar en su casa, pues se levantó en terrenos comunes, con procedimientos, materiales y recursos compartidos, pero se niegan. Así están las cosas. Volví a mi casa decidido a dar caza a la bestia y encerrarla de por vida, pero soy consciente de la dificultad que entraña: Es necesario garantizar que no se le dé cobertura y apoyo, y que no vuelvan a aparecer otras, y eso compete directamente a mis vecinos del Norte. Rezo para que no pase a ser mi responsabilidad.

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