Dignidad para vivir.


Sin duda la manifestación del 17-O será histórica. Creo que las organizaciones convocantes se han dejado, -y se van a dejar- la piel, con su trabajo y esfuerzo, para que todo salga a pedir de boca. Cada vida importa es un lema lo suficientemente claro para no llevar a ningún error a los asistentes; el aborto es la punta de lanza, el ejemplo más evidente de la ruina moral de las sociedades que se consideran avanzadas, como un genocidio silencioso que destruye vidas, destroza familias, y deja profundamente angustiadas de por vida a las madres que -por las razones que sean- se han prestado al aborto. "La paz en el mundo no es posible mientras la Humanidad destruya la vida en el seno materno", decía el Papa Juan Pablo II.

En estos tiempos, el honor desemboca en el fango. La dignidad se pudre en nidos de culebras como un infecto despojo. El amor prostituye a la pureza relegándola al olvido y los compromisos tienen impresa la fecha de caducidad. Todos aquellos que pelearon porque el hombre fuese amigo del hombre ya murieron, soñando con su sangre y esfuerzo otro mundo de paz.

Y nosotros, sus hijos, hemos convertido la paz que otros ganaron en violencia invisible y silenciosa contra nuestros semejantes. Tenemos la oportunidad de la tecnología, el inmenso desarrollo de los conocimientos en todos los campos y especialidades, y el poder para ejercerlos en la dirección correcta. Sin embargo, nunca en la Historia de la Humanidad ha habido tal destrucción como ahora. ¿Cómo nos juzgarán los que sobrevivan a estos tiempos? ¿Cómo justificar nuestras acciones y solicitar indulgencia por lo que dejamos de hacer?

No podemos ni debemos quedarnos en casa, porque ahora la guerra de valores es una cuestión doméstica. Y a mí, a nosotros, nos compete decir bien alto y claro que la vida de los seres humanos desde su concepción hasta su fin natural está por encima de cualquier cosa. Defender la vida es defender al hombre y su dignidad; es evitar que unos pocos tengan poder sobre la vida de otros con fines utilitaristas; es el camino para lograr la paz verdadera.

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¿Qué es eso?



Visto el vídeo ¿Qué es eso? en Elentir, Contando Estrelas.

Comentarios

Angelo ha dicho que…
Ya que participas en la oración por Giorgina. Tengo que decirte que me produce tristeza ver esta paradoja. Madres que no quieren a sus hijos y otras que luchan , rezan, confian, esperan que el suyo no se pierda. Es necesario hablar cada día de ello. Tu lo dices muy bien. Defender la vida es defender al hombre y su dignidad. Gracias amigo. Un abrazo
Antecedente ha dicho que…
Muchas gracias a ti, Angel, por pasarte y dejar tu comentario. La diferencia, sí, es abismal, y parte de la profunda tristeza de unas madres que no saben valorar el hijo que llevan, y otras, cuyo sentido de la vida es tal, que hasta darían si pudieran todo por que el pequeño saliese adelante.

La diferencia es fundamental, tanto para los que se van, como los que se quedan.

Un saludo!
eligelavida ha dicho que…
Precisamente hoy leía en una biografía que la Madre Teresa siempre hablaba de la sed de Cristo y de la necesidad que tenemos de atender a ella. Cuando viajó a occidente, se dio cuenta de que aquí también había parias y que los pobres eran aquellos sedientos de amor y de dignidad. Porque eso es lo primero que se destruye en nuestra civilización moderna, la dignidad del ser humano, expuesto a ser juzgado, a ser tratado como mercancía, a ser utilizado o creado como si fuera un producto químico, o a ser asesinado por sus propias madres.
Angelo ha dicho que…
Te he dejado un premio en mi blog
Anónimo ha dicho que…
Dejo un comentario del blog del "antropólogo inocente" que me parecio esclarecedor (copio y pego)

CABEZAS REDUCIDAS/CEREBROS JIBARIZADOS.

Algunas noches, después de comer lo que haya y beber lo que acaezca, mis amigos y yo terminamos aullando a luna, -por supuesto simbólicamente y solo cuando es llena- o diseccionando el mundo hasta las tantas en ese trozo de Castilla donde disfruto de su amistad, me peleo con unas cuantas vides, observo increíbles atardeceres y escribo a veces estas líneas mal organizadas. Allí, si quieren cenar, beber, conversar o simplemente convivir, deben hacerlo entre recuerdos de viajes más o menos lejanos y entre ellos, fotos, armas, instrumentos, pieles de serpientes que algún día -a falta de otra cosa- sirvieron de pitanza y otros recuerdos de tribus amazónicas, Maynas, Cocaguas, Yurimaguas, Shuar o Jibaros (esta palabra no la uséis en su presencia, la consideran un insulto, ellos son los “suhar”, los hombres, los demás son sombras, remedos de hombre que algún día se comerá la selva)…algunos tontos étnicos aún creen traerse a casa las famosas cabezas humanas reducidas, a un precio considerable y sin saber que -a pesar de noticias escandalosas como las recientemente aparecidas sobre jóvenes descabezadas presuntamente para seguir este comercio- hace 50 años que solo se cortan cabezas a los monos “seepu”, los más parecidos al ser humano y se venden como si fueran la jeta del vecino venida a menos. Pero no se trataba de esto, sino de que si ellos en algún momento jibarizaron cabezas, paréceme que aquí y ahora, son nuestros cerebros los que se han contraído por mor de no sé que malas hierbas cocidas al calor de un fuego maldito. Esta mañana, una feminazi oportunista, seguidora -¡cómo no!- de esta ignorancia nacional de la que hasta presumimos como gilipollas y analfabeta emocional disfrazada de administradora de justicia -¿Por qué siempre los tiranos asumirán el mismo disfraz?- trataba de convencerme de la bondad del aborto, nada extraño, una más de esas necias que han conseguido elevar su estupidez a la categoría de norma de obligado cumplimiento. En un momento determinado de la conversación mi mente, dada la inutilidad de una respuesta, comenzó a divagar y por esos recovecos de la memoria, se me coló la imagen de una india shuar que al mostrarme con orgullo su hijo casi recién nacido, me dio de él una edad claramente superior a la del casi neonato. Cuando le afeé su mentira, muy ofendida me dijo “trece lunas (un año), ni una más ni una menos, cuatro en su hamaca y nueve acá entre nosotros (mientras se tocaba el vientre) en la misma maloca. Mi hijo, como todos los shuar, cuenta su tiempo desde el día que se engendró”
La lista postmoderna seguía -con esa autosuficiencia que deja a la razón indefensa- perorando y vociferando disparates sobre el feto y la actualidad, la miré, me dí la vuelta y me fui pensando quién le habría sacado el cerebro sin cortarle la cabeza, milagros de la cirugía aplicados con las técnicas de la postmodernidad que afortunadamente no han alcanzado aún a aquellos que reconocen en sus hijos un ser que vive entre ellos “desde el día que se engendró”.
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